Cuando pierdas la esperanza, agárrate de la fe. Esta frase es una de mis favoritas, propuesta por un sacerdote jesuita llamado Alberto Hurtado. Me gusta porque no esconde nada y lo proyecta todo. Pareciera que no hace falta decir más. Sencilla, pero espectacular.
A este nivel debiéramos estar los jóvenes que nos proponemos mejorar el entorno social. Nos preocupan la pobreza, el vacío existencial, las injusticias, el mundo está de cabeza. La esperanza ya no es lo último que muere, porque ya murió hace tiempo. Hoy hace falta creer. Creer en uno mismo y creer en los demás. Naturalmente eso implica un acto de fe.
Pero no todos están dispuestos a agarrarse de la fe. Hace falta la reflexión y en esta medida quiero proponer mi análisis.
Como sociedad estamos hartos de la situación que actualmente prevalece en el país, pero son muy pocas las cosas (y las personas) que nos motivan a salir de la etapa en la que estamos. La esperanza se abarata ante las circunstancias sociales y demeritamos nuestro trabajo, por ello perdemos fácilmente la esperanza y con ello la fe sucumbe.
Pero mi tesis consiste en ir más allá. Hemos escuchado muchas veces que no es malo caerse, sino nunca levantarse. Pues bien, se vale caer, pero hay que creer que no será ni la primera ni la última vez que podamos caer. En este sentido, la esperanza juega un papel secundario, porque en primer lugar sobreviene la fe: creer que te levantarás una y otra y otra vez… y las que sean necesarias.
Cuando pierdas la esperanza, agárrate de la fe. No se esconde el engaño ni la mentira. Al contrario, se esconde una gran verdad. Y la verdad es que la fe es la mejor arma para quien se ve acechado por la soledad, la duda o la vergüenza, por la desesperanza y la falta de valores, por la crítica destructiva y las amenazas mundanas que hacer ver que todo está perdido.
El mundo exige jóvenes líderes que por encima de cualidades personales antepongan la fe suficiente para demostrarle a este mundo (y así mismos) que la vida cobra sentido con la fe en lo que se hace. El valor de la fe, entonces, se vuelve una virtud, la cual es notable en aquellos que caminan con paso firme y no se doblan por las circunstancias, por difíciles que se presenten.
Fe en uno mismo y en los demás. También la fe mueve montañas. Y la montaña más difícil es la que tenemos en nuestro interior. ¡Cómo cuesta mover esta montaña, la de aquí adentro! Y sin embargo, se puede. Reflexionemos pues esto en esta semana y veamos qué efecto tiene la fe en nuestras vidas.
Un saludo desde aquí.
Por: Ricardo Garcés Torres
Presidente de México Primer Mundo A.C.
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